CELEBREMOS EL ENCUENTRO CON CRISTO

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“Señor mío, si quieres hacerme un favor, te ruego que no pases de largo delante de tu servidor” (Gn 18, 5). Esta es la expresión que Abraham, en la llamada teofanía de Mambré, dirige a las tres personas misteriosas que están a la entrada de su tienda, a las que de lejos divisa, pero no quiere que simplemente pasen, quiere atenderlos en su casa. Por este deseo, Abraham recibe la visita de Dios y el cumplimiento de la promesa: un hijo en la ancianidad. Abraham entendió que el paso de Dios por su historia se convirtió en un auténtico “encuentro” que cambió el rumbo de su vida y le concedió el discernimiento necesario para las decisiones de la travesía que había emprendido.

Se puede afirmar que el hombre no es solo un espectador, Dios no solo pasa. El hombre está llamado a vivir un auténtico “encuentro” con Dios.  Las Sagradas Escrituras y la historia de la Iglesia de todos los tiempos no es otra cosa que la historia de los “encuentros” de Dios con su pueblo amado y con personas en particular.

El Nuevo Testamento está lleno de “encuentros” que cambiaron la vida de aquellos que lo vivieron. El Señor siempre toma la iniciativa: “baja pronto, porque hoy tengo que alojarme en tu casa” (Lucas 19,5). Es la palabra de Jesús a Zaqueo, el pecador, el recaudador de impuestos, el que nadie consideraba digno de tal visita. Este encuentro el cambió la vida “porque también este es hijo de Abraham”, dirá el mismo Jesús.

Tal vez a la conciencia del hombre de hoy, la liturgia pueda aparecer como una cantidad de normas que se deben cumplir, de acciones celebrativas protocolarias o de ritualismos repetitivos que no tienen mucho que decir al hombre, pero la liturgia es todo lo contrario, es la mejor forma de experimentar a Dios en nuestra historia, de escucharle y que él nos escuche a nosotros, de vivir no un encuentro en la individualidad de la oración personal sino de la dimensión comunitaria y eclesial. El hombre es un ser celebrativo, el ser humano es un ser que celebra cada uno de los acontecimientos importantes de su vida: El nacimiento, la muerte, la cosecha, incluso las tragedias; el hombre no sabe vivir sin celebrar.

El pueblo de Dios que se nos manifiesta en la Sagrada Escritura lo hace de una manera aún más especial: en la historia de este pueblo no hay distinción entre lo sagrado y lo profano, no hay ninguna realidad que no esté impregnada de Dios, no hay tiempo que no sea sagrado, no hay situación humana que no quepa en el misterio de la fe, no hay nada que acontezca entre Dios y hombre que no se celebre en alguna fiesta, en algún rito, en un verdadero encuentro.

Más aún los acontecimientos en los que Dios salva a su pueblo, deben ser “repetidos”, vueltos a celebrar, se debe realizar un “memorial” en el que se actualizan, en el pueblo que celebra, las gracias de ese acontecimiento salvífico. Cada vez que se reúnen en asamblea liturgia, las gracias espirituales de ese único acontecimiento, ahora se hacen nuevamente concretas para ellos. La revelación que hizo Jesús en la Pascua camina en esta misma dinámica, “Hagan esto en memoria mía” (Lc 22, 19), es decir cada vez que se reúnan a hacer esto yo estaré con ustedes, yo me encontraré con ustedes, yo estaré con ustedes todos los días (Mt 28,20). Esta es la dinámica de la liturgia, la garantía del encuentro con Jesús, con su gracia que nos hace santos; es la continuación de la obra sacerdotal de Jesús, que ha sido confiada a la Iglesia, este es el verdadero depósito, este es el gran tesoro que durante más de dos mil años ha transmitido la Iglesia, de hecho es esto lo que ha edificado la Iglesia, porque “La Iglesia vive de la Eucaristía”[1].

 

[1] Juan Pablo II, Carta Encíclica Ecclesia de Eucharistia, abril 17 de 2003.

Información del curso

I. OBJETIVO Y JUSTIFICACIÓN

III. CONTENIDOS

IV. METODOLOGÍA

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Unicatólica del Caribe, Webmaster

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P. Lázaro Avendaño, Jaider

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Gómez Meza, David Gregorio

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Echeverry Arévalo, Alexánder

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